Hoy, viniendo de Madrid en coche, he tenido un accidente que bien me
habría podido costar la vida: íbamos a 120km/h cuando el conductor del
coche se ha despistado y nos hemos dado un par de lechazos. El primero,
flojo, contra el hormigón protector que hay a la derecha de la
vía. El segundo, después de volantazo, de frente contra el hormigón de
la mediana. Este último ha sido realmente duro. Álvaro, el conductor,
estaba peor que yo: sangraba su brazo izquierdo y el airbag le
había quemado los brazos. Yo he salido del coche, o lo que quedaba de
él, por mi propio pie. Ha sido a los 20 minutos, cuando comenzaba a
tranquilizarme, cuando he empezado a notar los dolores de espalda.